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Carta a mi sobrino el pandillero

Si yo fuera tú, cambiaría el “juegavivo” por vivir jugando. La vida es un juego en el que ganas si puedes disfrutar de estas condiciones: respirar, moverte, reír, amar, conversar, vacilar, birriar algún deporte, ver un atardecer desde la isla de Flamenco, escuchar un buen reggae o un bolerazo con tu hembra...
Ernesto Endara
PA-DIGITAL
“El crimen es como el
agua salada, mientras
más bebes, más sed te da”,


Schopenhauer

Si esta carta no le llega, aunque sea a uno de los tantos “sobrinos” que tengo por ahí, desafiando a la vida por las calles de la ciudad, será tan inútil como regalarle “Las epístolas de San Pablo” a un narcotraficante, una Enciclopedia Oxford de Filosofía a los que fraguan las preguntas a las reinas de belleza, o un abrigo de pieles lleno de tornillos, a quien se está ahogando. De todas maneras siento que debo escribirla. Quién quita alguno de mis esforzados lectores tenga el coraje de sacarle copias y distribuirlas en El Chorrillo, Hollywood, Samaria o en cualquiera de los otros vertiginosos lugares donde, tal vez por curiosidad, alguno de los pandilleros la lea. Si lo hace, me atrevo a apostar que algo le quedará. Letra que entra por los ojos, se abre paso para sentarse en el cerebro. Si me preguntan, ¿por qué no lo haces tú?, ¿por qué no vas por allá y se los lees tú mismo como un heroico Heraldo? Con la más dura de mis caras le responderé: «Porque los años plácidos, las serenas lecturas, la menguante fuerza de los músculos y la querencia por la hamaca y la música clásica han desarmado los engranajes de mi gastada intrepidez». Me basta y me tranquiliza un poco la conciencia el hecho de escribir esta carta.

* * * * *

Despistado y confundido sobrino: Tengo seis veces más años que tú de estar caminando sobre este mundo. Basándome en esos años de experiencia, voy a tratar de convencerte y de abrirte los ojos para que comprendas qué es y cómo se come la verdadera “viveza de la vida”.


Sólo te pido que pongas atención a la palabra “viveza”, pues ella te está diciendo lo que es. No creo que seas tan cabeza de papiro como para no entenderlo. Viveza = calidad de vivo, ¿qué otra cosa podría ser? La viveza es estar lleno de energía, de vigor, de tener tal rapidez de acción y de expresión que te gane el aplauso, la admiración y, con suerte, algo más de las chiquillas, e incluso de tus pasieros (sé que esto te importa bastante). La viveza, sobrino, es vivir, vivir plenamente. Lo contrario a “la viveza” sería “la muerteza” que es lo que practican tú y tus pandillas. Es una palabra tan fea que no la encontrarás en el diccionario, pero es fácil deducir que viene de muerte, de la birria y sumisión a la muerte. Es como estar apagado, gris, turbio y ahuev#%#~$%. Y digo este palabrón, porque hay que estar quebradizo como un huevo para escoger la muerte como una opción por delante de la vida.

En el poema Patria, dijo Ricardo Miró: “Revuelvo la mirada y a veces siento espanto”. Sesenta o más años después, en esta misma patria yo siento espanto al leer las espeluznantes noticias en los periódicos.

Dime tú que están equivocados (ojalá, lo estuvieran). Nos lanzan los números de muertos por asesinato a la cara (en eso se convierten al final de cuentas los muertos de uno y otro bando, en números). Fíjate nomás que en los primeros tres meses del año 2010, en Panamá se han anotado 217 personas asesinadas. Este número es un récord que revuelve el estómago. Y si miras bien verás que, a la larga, es el irremisible futuro que te espera: convertirte en un numerito fúnebre. Y más terrible aún es la edad promedio de esos muertos.

Dicen que ingresaste a la banda a los doce años. Te pregunto, ¿a qué edad te piensas jubilar? Ni te empines, no hay retiro si no es con los pies por delante y al compás de llantos e inútiles oraciones. Pasó el tiempo de los “Ángeles con cara sucia” hoy son desdichados “Parias con manos sangrientas”. ¿Por qué cumples con tan equivocada devoción con la sangrienta ley del hampa? No encuentro iniciación más brutal y cruel que ésta: «¿Quieres ser de la pandilla? “Mata a cualquier pendejo con que tropieces”. Sólo faltaría anunciarlo en el periódico: mi pistolón está libre, se alquila. ¿A quién quieres liquidar? Yo me encargo.

¿Quién les dio el derecho de acabar con una vida? Robarle a la persona su futuro, sus penas y alegrías; sus creencias, sus amigos, sus familias, los besos que podría dar y recibir, los libros que leería, los tragos, las fiebres, los amaneceres. ¿Has pensado alguna vez en lo estúpido y cruel que es esto?

Trabajo sucio y peligroso, traficar drogas y fabricar cadáveres.

Déjame advertirte que usas un bumerán (y por si acaso no lo sabes, te diré que el bumerán es un arma usada por los aborígenes de Australia para cacería. Al lanzarla gira y regresa al punto de partida). O sea, que es posible que tus propias armas te perforen un día.


No me estoy burlando, lo que quiero es sacarte del borde del precipicio de la muerte y empujarte al lado luminoso de la vida. Seguro consideras este escrito como un chorizo ilegible, pero sigo contigo, sobrinazo, regálame unos minutos de tu desaforada vida.

Cuando Charles Chaplin dijo: “…no transformes tu sueño en fuga”. Parece que lo hubiera dicho para ti.




Si yo fuera tú, cambiaría el “juegavivo” por vivir jugando. La vida es un juego en el que ganas si puedes disfrutar de estas condiciones: respirar, moverte, reír, amar, conversar, vacilar, birriar algún deporte, ver un atardecer desde la isla de Flamenco, escuchar un buen reggae o un bolerazo con tu hembra, (no te voy a decir que leer porque todavía no has llegado a eso, y te aviso que es más fácil que cualquiera de tus habilidades); pero vives sobre todo cuando puedes estirar (no la pata), sino el esqueleto; es decir, el cuerpo entero, en las frescas mañanas de verano, y respirar hondo para sentir más intensamente que existes. Saber que te puedes movilizar, ir a la esquina con tus amigos, cruzar el Puente de las Américas y bañarte en Farfán, pasarle la mano por la canas a tu abuela (lechudo tú si tu abuela vive todavía). Estornudar con fuerza y meterle aire a tus pulmones, y sentir en tus manos el pálpito del corazón. «Cosa más grande», diría aquel “Tres Patines” que tanto me hizo reír y que nunca conociste. Reír, querer, es lo que yo llamo ganar en el juego de la vida. Y esto lo encontrarás en ese otro mundo que te has negado a ti mismo y que no es tan pérfido, ni tan peligroso ni tan mezquino ni tan siniestro.

La mayor de tus equivocaciones, estimado sobrino, es aceptar lo que te han metido a la fuerza en el coco: ser malo es cool, es de machos. Hay que ser rebeldes. Mira nomás como se habla: «La droga ta’ más buena que el diablo». ¿A dónde está el punto de comparación? ¿En el infierno? No creas que ser bueno es ser pendejo. En realidad, yo sé que en tu ambiente, se necesita tenerlos bien puestos para ser bueno. Pero es la mejor inversión que puedes hacer. Pregúntale a los pocos que han podido escapar de tu falso juega vivo y por eso llegaron a cumplir más de cuarenta años y siguen campantes.

¿A dónde crees que podrás llegar? A las oscuras alturas de Pablo Escobar Gaviria o de Arturo “La Muerte” Beltrán Leyva (y pilla nomás su pinche apodo: “La Muerte”). Como bien debes saber, ambos acumularon fortunas increíbles. Cuartos llenos de dólares, anaqueles con metralletas y pistolas enchapadas en oro, enormes mansiones, ejércitos de guardaespaldas y un millón de enemigos. Las telenovelas los convierten en aventureros rodeados de bellas mujeres. No comas cuento.

Escobar alcanzó la más increíble de las fortunas. Pregúntame si la pudo gozar. Vivía escondido como una rata y bajo la constante preocupación de una traición. Murió acribillado con más huecos que un colador. No quieras saber quién gozó de su fortuna. Y de Beltrán Leyva, bueno, ya debes saber que lo mataron antes de la Navidad pasada. ¿Y los cuartos repletos de dólares? No le alcanzaron para comprar un día más de vida.

Te lo aseguro, sobrino, la vida es mucho mejor que la muerte. Los que ya se fueron no pueden negarlo, allá impera la ley del silencio. Tú todavía tienes voz, y si te llenas de coraje, también tendrás voto. Te recomiendo que votes por la vida. La peor automentira que puedes cultivar es: «A mí no me van a joder».

Acepto que enviarte cartas está lejos de ser un arte. Y no valdrá de nada si no te hace pensar un poquito. Sin embargo, para mí resultó catártico el intento de calzarme tus zapatillas. La catarsis, para que sepas, es una especie de purificación a través de una obra de arte.

El hombre más sabio con que me ha sido posible conversar es Montaigne (me habla desde sus libros y ni los cinco siglos que han pasado desde su muerte, han menguado su voz y mucho menos su sabiduría). He tomado mucho de él. Me inspira y me da cuerda. Por él digo que es más fácil el abrazo que la patada, es menos dolorosa la tregua que la guerra, es más dulce la vida que la muerte. Fue él quien me propuso al saber que estaba escribiéndote esta carta: «Dile que siempre es más fácil no entrar que salir». Esa sí que es una frase “cool”, densa, llena de sabiduría. “Es más fácil no entrar que salir”. En tu caso, estimado sobrino, se refiere al mundo de las drogas y la violencia. Es más fácil decir que no. «No quiero y punto». Si parpadeas, si dices que sí... estás sentenciado.

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