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Novela La Nueve - CAPITULO III


 

 
 Dumbo   se asomó sobre la rejilla de madera de  la puerta del cuarto de Dorita, que daba   sobre la calle.  Los vio juntos, demasiado juntos, a ella y a Calitín.
--- ¿Y qué pasó, en qué andan ustedes? Yo, arriesgándome y ustedes aquí como tortolitos.— Separó sus piernas y sacó de entre ellas   la bolsa de cocaína y además  se desembarazó de la pistola,  ocultándola bajo un almohadón de uno de los  sillones que había en el cuarto. Se sentó sobre èl- 
El sitio donde vivía Dorita  tenía   dos piezas. El cuarto  de adelante servía de sala y comedor y el de atrás de  cocina y dormitorio. En este último también se había construido  de manera artesanal, un altillo que servía de dormitorio extra y al cuál se ascendía por una escalera de manos con cierto grado de inclinación.  Había una puerta que daba al patio, donde estaban  los fregaderos y  los baños comunales de la casa de madera de dos pisos, que tenía muchos cuartos como ése.
---No, nada de eso, Dumbo, Calitín me taba diciendo que tú no demorabas. Que venías con la cosa. ¿La trajiste? Pa véla.--
--Mírala,--  y le dio la bolsa-- Comienza a empaquétala, rápido. Vamo a dále cuero a esto. Y tú,  ve diciéndolo a la gente, que llegó la droga, Pura potencia. ¡Ja, ja, ja. Ja.¡ 
 Durante cortos momentos Calitín lo acompañó en la risa triunfal que anunciaba una nueva etapa en sus vidas.
Rápidamente se movió y salió  por la puerta del patio.
 El cambio  se notó enseguida. La calle de  los mozalbetes estaba estratégicamente  situada a un costado del barrio y la venta de droga fue buena.   Tabo ya no les enviaba una bolsa, la relación era de varias  a la semana. Los consumidores y hasta los  pequeños revendedores  preferían ir donde Dumbo y Dorita,  en vez de   arriesgarse y cruzar  tantas calles. Había días que las rondas policiales jodían mucho.
Ahora  los tres vestían bien, tenían billetes y Calitín  se encargaba  de la seguridad  y tenían dos y tres secretarios.
Pero antes  tuvieron que ahuyentar al papá de los dos hijos  de Dorita. El  tipo  cuando se dio cuenta que ella vendía droga,  le reclamó y quiso hasta golpearla. Pero Dumbo y la nueve lo pusieron en su sitio. Se fue y no regresó más por la calle.
Los padres de ambos, mejor dicho sus madres,  no  pusieron muchas objeciones  a las andanzas de  sus hijos. Las pequeñas sumas  que de vez en cuando les daban  acallaron los reclamos  de: ¡Vas a terminar muerto¡ ¡No me digas que no te lo advertí! ¡Te van a encontrar tirado en la acera  lleno de sangre¡  Y la que más le molestaba a ambos, quizás porque venía de sus madres. ¡Oye chucha de tu madre, hijoeputa no andes con revólveres!
 Era la misma situación. Sus madres tenían, cada una,  varios hijos más pequeños por los que preocuparse. No existía la figura paterna y  ellas pensaban  que   los más grandes ya se habían perdido.
Dejaron  sus respectivas casas. Nadie en el vecindario se atrevía a reprocharles nada, eran peligrosos, estaban armados. A punta de pistola habían desalojado a viejos vecinos que vivían solos, y ocuparon  sus cuartos.  Y como en  esos edificios nadie pagaba alquiler, el asunto no se notó. Dormían de día, la noche era  para el negocio y para hacer  otras cosas. 

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