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Los relegados de la tierra

“Las flores sin perfumes
deben el llamarse flores a 
las flores perfumadas.”
Antonio Porchia
(1886-1968)

 
Alberto Cabredo
PA-DIGITAL


Esa mañana, contra toda lógica, se levantó como lo hacía en tiempos mejores, se arregló como solía hacerlo y salió al supermercado. Tuvo el cuidado de bajar las escaleras despacio, para evitar caer por causa de los escalones faltantes. Al salir, inicio la caminata con prisa, su afán era simple, hacer las compras de siempre para avituallar su casa. Era una tarea en que se esmeraba cada quince días. En esas ocasiones, solía canturrean bajito bajiiiito un párrafo de la canción Lamento Borincano del gran compositor Rafael Hernández que dice: “Sale loco de contento, con su cargamento para la ciudad, ay para la ciudad. Lleva en su pensamiento, todo un mundo lleno de felicidad, ay de felicidad”.

Llegó al Supermercado Lolita, lateral al Teatro Tropical, tomó una carretilla con una sonrisa radiante y dando los buenos días comenzó a llenar la misma con todo lo que requería en su hogar. En esta actividad consultaba con gran interés las ofertas, las fechas de vigencia, calidad de las frutas y productos perecederos. Concluido su recorrido, estacionaba la carretilla entre los anaqueles del establecimiento y se retiraba a su residencia.

El Gerente se limitaba a observar su salida y mientras reacomodaba los víveres, la cajera le increpaba su falta de acción ante este ritual que sin interrupción se repetía cada quince días. Él simplemente levantaba los hombros y le repetía: - No se irrite, es probable que su único hilo conductor con la poca cordura que debe quedarle, su único vínculo a la vida que tuvo y ya perdió, sea el sainete que monta en este supermercado. ¿Quién soy yo para destruir la ficción que mantiene sus pies aún pegados a la tierra?

Ninguno de los dos imaginaba que aquella señora medio compuesta y delgadísima, fue en su momento importante funcionaria de varios gobiernos y que inclusive, el país le debía significativos logros. Sin embargo, mermada su energía y perdidos los contactos, fue desechada como pieza defectuosa en fábrica de engranajes, y en consecuencia, mal vivía con una exigua mensualidad de la seguridad social en un barrio olvidado de la gracia de los dioses, siendo su único pecado - como el de todos sus congéneres – seguir viviendo.

Aunque no me crean, el viento tiene sus ironías y protestas (sólo hay que prestarle atención). Por eso, al verla caminando lento lentito de vuelta a casa, siempre le silbaba,sin que ella lo notara, otro párrafo de Lamento Borincano: “…Pasa la mañana entera sin que nadie quiera su carga comprar ¡ay! su carga comprar. Todo, todo está desierto, el pueblo está lleno de necesidad ¡ay! de necesidad.”

Panamá América
Suplemento Día D
El Cuentos D
10  de octubre d 2010

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