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De tal familia, tal sociedad


Muchos adultos que reclaman que les devuelvan su autoridad no tienen conciencia de sí mismos, porque tener autoridad sobre los hijos significa, en el aspecto psicológico, proveerles de un buen criterio para manejarse solos. 

Jesús A. López Aguilar
PA-DIGITAL

Creo que quienes tienen el deber de crear opinión, agregaría que buena opinión, cuyas características deben ser la objetividad, ecuanimidad, respeto, calidad y profesionalismo en la opinión, como corresponde a profesionales de la educación, salud, ciencias de la conducta, etc., tienen, antes de emitir conceptos, la obligación de contrastar sus ideas con los conocimientos y principios que su formación profesional les concede, a fin de hacer aportes serios a la sociedad, para educar, orientar y guiar. Nuestra misión es alimentar a la población con un real sentido de lo racional.

Pero si, lejos de eso, lo que hacemos es darle carácter de autoridad científica a ideas simples cometemos un error irreparable, porque nuestros conocimientos son valorados como buenos por las personas que no han tenido la misma oportunidad para formarse. Recomiendo que seamos más estudiosos y objetivos en nuestras apreciaciones; esto motiva que la formación profesional nos obligue a disentir del pensamiento de la mayoría de las personas, pero en el papel de orientadores de la opinión pública.

En función de la crisis que enfrentamos en nuestra sociedad, debido a los alarmantes patrones de conducta de nuestros jóvenes en general, muchos han salido a decir, de forma algo ligera, que el problema es que a los padres se les ha quitado la autoridad sobre los hijos: falso. Debido a muchas razones, esta idea carece de sustentación.

Se dice que antes las cosas eran distintas, mejores, porque los padres, madres y hasta educadores podían castigar físicamente a los niños de forma abierta si estos hacían algo que a su juicio (¿que será infalible, tal vez?) era totalmente inapropiado. También se argumenta que, en la actualidad, al haber medidas de prevención y sanción punitiva del maltrato contra niños, niñas y adolescentes, las cosas están como están, y que hay que devolver la autoridad a los padres (entiéndase regular la facultad de golpear, gritar y muchas otras exageraciones más) para poner los correctivos necesarios.

Empecemos por el inicio. La familia panameña no está en crisis porque existen tales o cuales medidas o legislaciones desde hace 15 años exactamente. La familia panameña está en crisis desde tiempos inmemoriales cuando se empezaba a forjar la propia nacionalidad; ya en 1865 (sí, 1865) Sir Charles T. Bidwell, que para la época era el Vicecónsul del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlandaante el Gobierno de Colombia, publica en Londres su obra titulada The Isthmus of Panama, y en esa etapa de nuestra historia él mencionaba de forma tajante la sorpresa que le causaba el estilo de vida de las familias panameñas, y en uno de sus comentarios expresa lo siguiente: “Es sorprendente la impunidad con que se les permite a los hombres abandonar a sus hijos al cuidado indigente de madres necesitadas”. 1

Esa realidad documentada hace más de 140 años en nuestro país, no ha cambiado en nada; por el contrario, cada vez el problema de la paternidad irresponsable se agudiza con mayor fuerza. Veamos: 65% de los nacimientos vivos en el país son producto de relaciones ajenas al matrimonio, con todas las variedades que se pueden dar, de allí que es preocupante que hasta un 10% de esos nacimientos vivos (alrededor de 7000 niños y niñas por año) son producto de relaciones extramaritales, con todo lo que ello implica para la criatura, como el rechazo de la sociedad (una sociedad como la nuestra muy prejuiciada, pero farsante), muchas veces sin el apellido del padre, por lo que no existen obligaciones legales asumidas voluntariamente por el padre, maltrato a la mujer, que puede ser físico, psicológico, sexual, económico, etc.

Los psicólogos, desde hace décadas, insistimos en la importancia de una familia sana para formar una personalidad igualmente sana, lo que incluye a todos los miembros de la familia; tanto la madre como el padre, tienen la misma importancia desde el punto de vista afectivo, lo que desecha la idea de que el buen padre es aquel que es solamente un buen proveedor material, y ¿qué hacemos con las emociones? Mientras esa imagen no sea desterrada de la mente de la mayoría de las personas estamos en serios aprietos, y el problema se irá agravando año tras año.

¿Dónde está el problema?, como ya vimos hay un aspecto histórico que ha marcado a esta sociedad desde mucho tiempo atrás y no es fácil de erradicar, pero también hay un problema social en cuanto a lo que esa historia nos ha consignado como patrones de conducta y crianza: Falta de involucramiento de los padres en la educación de los hijos, como parte de eso la conocida expresión de: “yo cumplo con lo que me toca y eso de andar dando cariños y arrumacos es para la mamá”. Otro hecho es que los hombres piensan que a los hijos, a los varones, no se les puede dar cariño, un abrazo o un beso amoroso porque después pueden ser afeminados; lo que no saben es que detrás de eso se esconde una terrible falta de entendimiento de lo delicada que es la personalidad de un niño o niña.

Con ideas tales no es de extrañar que la violencia doméstica se enseñoree en nuestras comunidades y ciudades, sin asomo de que vaya a disminuir, ya que forma parte de ese mismo paquete de argumentos que ayudan a perfilar el tipo de familia que tenemos; por lo visto no es fácil luchar contra eso. Más cuando se dice que la culpa de la conducta de los menores es porque los padres no pueden corregir a los hijos.

No es tan simple la cosa. En primer lugar, en ninguna parte del Código de la Familia, al que se le achaca la culpa de todo, dice que los padres serán relevados de sus obligaciones como tales porque es una aberración desde todo punto de vista. Los artículos 569 y 570 de esta legislación hablan del papel importante de la familia como tal y de las garantías que debe ofrecer el Estado para su desarrollo saludable, sin intervenir directamente en la vida de las personas; por el contrario el artículo 571 manifiesta que: “… en defecto o carencia del apoyo familiar, deberán actuar en subsidio instituciones comunales, sociales y el Estado parapatria potestad como el conjunto de deberes y derechos que tienen los padres con respecto a sus hijos en tanto sean menores y no se hayan emancipado. Es claro, pero al parecer lo que muchos desean es que la ley diga que los padres pueden golpear a sus hijos.

Antes habría que responder a la pregunta de: ¿qué significa la palabra corregir? Es muy común escuchar la frase de: “A mí me dieron bastante rejo y nada me pasó”, tal vez no pasó mucho desde el punto de vista físico, pero qué habrá sucedido desde lo emocional, qué tipo de persona podemos tener allí si sus recuerdos más significativos son los correazos que le dieron en su niñez, y lo más probable es que se los dé también a sus hijos, a su esposa, etc., peligroso. Desde el punto de vista real, la crianza de los hijos es una responsabilidad social porque implica la construcción de buenos ciudadanos, que hayan aprendido en el amor y el respeto desde su propio hogar; golpear, por la razón que sea es un abuso, ya que se impone lo que posiblemente no sea lo más correcto.

Para ello debemos acabar con la excesiva permisividad de muchos padres y madres en nuestro país que crían a sus hijos en un total caos, dejando que hagan de todo, sin apego a límites ni normas, que no se imponen por la fuerza, sino por la razón y el ejemplo. Muchos adultos que reclaman que les devuelvan su autoridad no tienen conciencia de sí mismos, porque tener autoridad sobre los hijos significa, en el aspecto psicológico, proveerles de un buen criterio para manejarse solos, y eso implica un proceso de enseñanza largo, difícil, que implica un esfuerzo físico y emocional de los padres para acompañar a sus hijos a lo largo de su formación como personas útiles, equilibradas. ¿Se puede dar lo que no se tiene como seres humanos en sí mismos?

El ser humano, de acuerdo con eminentes científicos, se maneja por medio de dos principios fundamentales: el Principio del Placer y el Principio de la Realidad, y la crianza se centra en entender que al educar niños lo que hacemos es tratar de equilibrar ambos; el niño desde el primer momento se guía por el placer, o sea, querer hacer todo lo quiere, sin límites, sin normas, por ello el cuidado que debemos dispensarles porque hay riesgos, ya que su afán es hacer lo que desea. El éxito en la crianza reside en doblegar ese constante deseo de hacer lo que le dé la gana; eso nos lleva a tener que utilizar el mecanismo de crianza más poderoso que hay: La frustración.

Con esto, el niño asume la responsabilidad por las consecuencias de sus actos, (Principio de la Realidad), y no verlos como hechos fortuitos entre los que no hay una relación de causa-efecto, se hace lo que se quiere y punto, a veces sale bien y a veces sale mal. Es insólito que un padre no pueda controlar a un niño, sino con golpes. Así muchas veces estamos provocando que ese niño, luego adolescente y después adulto, busque la forma de eludir las consecuencias físicas de sus actos, ya que sabe que lo que le espera es duro y doloroso, pero no aprenderá a arrogarse la idea de que si hace algo indebido eso trae un costo asociado que quizás pensará que no hay por qué pagar.

Entendámoslo así para educar bien (porque también se educa mal) a nuestros hijos. Y ello tiene mayor severidad, rigor y dureza que los propios golpes, que demandará un esfuerzo de toda la vida para controlar nuestras acciones y pensamientos y ser maestros de nuestras mentes e impulsos. El esfuerzo de los padres requiere entender que nuestros hijos no están obligados a querernos, porque somos papá y mamá; el cariño se gana, no es hecho “natural”, si así fuera no existirían niños que adoran a sus padrastros o madrastras al haber hecho una buena labor paternal o maternal, puesto que han brindado lo principal para un ser humano: el amor. Los extremos son malos y tanto la sobreprotección como el maltrato son como los distintos caminos que llevan a Roma, al final tendremos igual una persona seca, carente de valoración para la amistad, la solidaridad y otros valores que nos sirven para la vida en sociedad: y la vida en sociedad comienza en la familia; aquí valdría, entonces, acuñar un nuevo refrán: “De tal familia, tal sociedad.”

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