Buscar en este blog

En la crisis por los abusos sexuales, la Iglesia se enfrenta a la sociedad y a sí misma

Muchos se preguntan si finalmente la Iglesia tomará en serio las enormes fallas dentro de su propia organización, que ha permitido que los abusos hayan permanecido sin castigo por décadas.
 


Rachel Donadio

Mientras la crisis por los abusos sexuales continúa desarrollándose dentro de la Iglesia católica con la aparición de más víctimas alrededor del mundo, y la renuncia –solo la semana pasada– de tres obispos más, queda claro que la controversia será más que una tormenta pasajera o un problema de deficiente comunicación papal.

Por el contrario, la Iglesia está atravesando nada menos que una época de transformaciones profundas: dentro de su seno mantiene enfrentados a aquellos que abogan por la forma tradicional de proteger a obispos a toda costa, contra quienes hacen un llamado por la transparencia y rendición de cuentas a la sociedad. Las batallas se mantienen tanto entre la Iglesia y una sociedad que le reclama cuentas, como en el seno de la propia Iglesia.

Incómodamente, la crisis también ha sacado a relucir un enfrentamiento entre los legados morales de dos papados: la modernización y monumental obra dejada por Juan Pablo II quien, sin embargo, en el tema de abusos sexuales hizo muy poco, y el de Benedicto XVI quien, en años recientes, al menos ha tomado muy en serio los temas de pedofilia denunciados.

Benedicto ha tenido pocas opciones dada la profundidad y amplitud del escándalo y la furia que ha desatado en la sociedad. Pero para quienes defienden la posición de Benedicto, llevan implícitamente una condena hacia Juan Pablo y la forma como una generación entera de obispos y la jerarquía vaticana respondieron a conductas abiertamente criminales.
“La Iglesia entiende que no hay una salida fácil, al menos no la hay hasta que afronten el problema con toda su complejidad” según Alberto Melloni, director de la Fundación Juan XXIII de Estudios Religiosos de Boloña, Italia.

Las últimas erupciones de escándalos alrededor del mundo, casi una década después del costoso torbellino por las pruebas que salieron a relucir en la Iglesia estadounidense, puede ser tan solo el inicio de algo mayor. La semana pasada, un obispo de Irlanda renunció, aceptando haber ocultado una serie de abusos en su diócesis, mientras que otros dos obispos en Alemania y en Bélgica renunciaron, admitiendo que ellos mismos abusaron de menores. Se esperan más renuncias in Irlanda luego de que dos investigaciones gubernamentales han documentado décadas de extensos abusos y de encubrimientos por la jerarquía católica en escuelas para estudiantes pobres regentadas por la Iglesia.

La pregunta es, según Melloni, si el Vaticano continuará con su línea tradicional, aquella que sostiene que la pedofilia es la consecuencia de esa revolución sexual que siempre ha denunciado, o si finalmente tomará en serio las enormes fallas dentro de su propia organización y en la jerarquía vaticana que ha permitido que los abusos hayan permanecido sin castigo por décadas.

Benedicto expuso ambas corrientes en su Carta Pastoral a los irlandeses, hecha pública el pasado 20 de marzo, la cual expone su posición más completa sobre la crisis de abusos sexuales. En ella mantiene que la secularización y las interpretaciones equivocadas de las reformas modernizadoras del Concilio Vaticano II contribuyeron al ambiente que dio como resultado los abusos. Al mismo tiempo, sin embargo, ha criticado fuertemente la “tendencia en nuestra sociedad que favorece al clero y demás figuras con autoridad, y la errada preocupación por la reputación de la Iglesia y por evitar escándalos”.
El fin de semana pasado, el vocero del Vaticano, Federico Lombardi, dijo que “el secretismo ni el ocultamiento, incluyendo aquel que se da en aspectos positivos, son valores cultivados por la cultura actual. Nosotros tenemos que ser capaces de no esconder nada”.

Pero la cultura de la Iglesia, por décadas, se aferró precisamente por el ocultamiento y la no rendición de cuentas al público, mucho menos a cooperar con las autoridades civiles.

El secretismo quedó al descubierto en una carta del año 2001 escrita nada menos que por un cardenal de altísima jerarquía dentro del Vaticano, aduciendo que esta política era apoyada consistentemente desde el papa Juan Pablo hacia abajo. Tan solo el mes pasado fue que el Vaticano ordenó a los obispos a seguir la legislación civil en aquellos países que obligan a reportar casos de pedofilia y demás abusos a menores.

Este mes, el cardenal Darío Castrellón Hoyos, de 80 años, antiguo jefe de la Congregación Vaticana para el Clero, hizo titulares cuando afirmó que el papa Juan Pablo conocía el contenido de la carta que en el año 2001 había redactado a un obispo francés, felicitándolo porque era mejor que el obispo fuera a prisión antes que entregar a las cortes civiles a un cura acusado de pedofilia.

El cura fue condenado por abusar de niños, y el obispo a tres meses de condena suspendida por encubrimiento. En una entrevista radial la semana pasada, el cardenal incluso fue más allá, alegando que la carta enviada por él fue discutida y aprobada en una reunión en la que estuvo presente el futuro Papa, entonces cardenal Ratzinger, reportó la semana pasada Associated Press.

El vocero vaticano Lombardi confirmó la autenticidad de la carta. Pero en una rara, aunque típicamente indirecta, critica a la conducta a un cardenal en servicio, dijo que era una prueba de la forma como en aquella época el Vaticano centralizaba la autoridad en la poderosa Congregación para la Propagación de la Doctrina de la Fe, que Ratzinger presidía. Es más, algunos de los críticos más duros de Benedicto XVI aceptan que el manejo dado a los casos, desde aquel entonces, ha mejorado, a pesar de considerar que hay mucho camino aún por recorrer.

Pero quienes salen en defensa de Benedicto, implícitamente quedan criticando a Juan Pablo. A pesar de que muy pocos lo aceptan públicamente, la crisis de abusos sexuales generada por el clero ha oscurecido el legado de Juan Pablo.

Juan Pablo modernizó la Iglesia en muchos aspectos, pero en el tema de abusos sexuales mantuvo una cerrada visión en cuanto al sacerdocio que, de acuerdo con los críticos, favoreció la jerarquía por encima de las víctimas.

Algunos argumentan que la defensa de Juan Pablo de los sacerdotes viene en el contexto del mundo comunista de su Polonia que lo vio crecer, donde la policía secreta acusaba a los sacerdotes de prácticas sexuales con la intención de debilitar la Iglesia.

Sin embargo, durante su papado, Juan Pablo jamás se reunió con las víctimas ni pidió perdón por los abusos sexuales cometidos, incluso luego de tantos años del fin de la guerra fría.
En contraste, Benedicto se ha reunido con víctimas de abusos sexuales en cuatro ocasiones, incluyendo recientemente en Malta, pero solo en privado y luego de una intensa presión mediática.

El año pasado, Benedicto confirmó las “virtudes heroicas” de Juan Pablo, moviéndolo más cerca al proceso de beatificación, pero expertos vaticanos sostienen que los continuos descubrimientos y cuestionamientos históricos sobre el tema pueden retrasar el proceso de canonización.

La protección del legado de Juan Pablo no ha logrado silenciar a quienes apoyan al Papa actual. Ellos citan dos de los más destacados y perjudiciales casos de abuso –los del sacerdote Marcial Maciel, fundador de la poderosa orden religiosa Legionarios de Cristo, y los del cardenal Hans Hermann Groer, de Viena– señalando cómo el cardenal Ratzinger abogaba por medidas más severas.

En el caso del padre Maciel, un cercano amigo de Juan Pablo, quienes le apoyan sostienen que el cardenal Ratzinger reabrió el caso y, en 2006, fue quien lo sentenció a vivir aislado orando y en penitencia. Murió en 2008. Para los estandares del Vaticano, el castigo fue extraordinario, impensable bajo el reinado de Juan Pablo II. Pero para las víctimas y muchos observadores, fue casi nada en comparación a la conducta de un hombre que por décadas abusó de seminaristas, tuvo hijos, y se apropió del patrimonio de la orden.
“A pesar de que el cardenal Ratzinger fue probablemente la persona más poderosa e influyente en el Vaticano luego de Juan Pablo II, no tenía intenciones de dañar un sistema, tomando acciones contra Maciel, o antes en el caso Groer” sostiene David Gibson, biógrafo de Benedicto XVI , quien escribe sobre religión para Politicsdailucom. “Su preocupación por mantener el respeto a la autoridad y preservar la cultura clerical tenían prioridad”

Críticos y defensores de Benedicto alegan que sanar las heridas de la Iglesia requiere de acciones claras y de asumir plenamente la responsabilidad por lo ocurrido en el pasado. Estas acciones no dejarán ileso el legado de Juan Pablo II.

Y para lograr proteger esa Iglesia, a la que Benedicto ha dedicado una vida entera cuidando, muchos están haciendo preguntas sobre su propio pasado y que explique cómo él entiende que las reglas de la Iglesia no entran en conflicto con el estado de derecho vigente.

NEW YORK TIMES

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

PENSAMIENTOS - RBDS