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¡A perdonar!


Un buen día, el maestro nos pidió que lleváramos papas crudas y una bolsa de plástico. Escogimos una papa por cada persona a la que guardábamos resentimiento, escribimos su nombre en ella y la pusimos dentro de la bolsa.

Nos pidió que durante una semana lleváramos con nosotros a todos lados esa bolsa de papas en la mochila.

¡Algunas bolsas eran realmente pesadas!

Naturalmente la condición de las papas se iba deteriorando con el tiempo. Me molestaba esa carga, pero aprendí que mientras ponía mi atención en ella para no olvidarla, desatendía cosas que eran más importantes para mí.

Este ejercicio me hizo pensar sobre el precio que pagaba por no perdonar algo que ya había pasado y no podía cambiarse.

Muchas veces pensamos que el perdón es un regalo para el otro sin darnos cuenta que el primer beneficiado es uno mismo. Todos tenemos papas pudriéndose en nuestra "mochila" sentimental. La falta de perdón es como un veneno que tomamos a diario a gotas, pero que finalmente nos termina envenenando. En ocasiones, al primero que tienes que perdonar es a ti mismo por todas las cosas que no fueron como hubieras querido.

El perdón nos libera de ataduras que nos amargan el alma y enferman el cuerpo. No significa que estés de acuerdo con lo que pasó, ni que lo apruebes.

Perdonar no significa dejar de darle importancia a lo que sucedió, ni darle la razón a alguien que te lastimó.

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