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Un Epílogo Melancólico

Para ponerte en onda te diré que en mi barrio si no aprieto el gatillo, me aprietan los testículos (para decírtelo con palabras rebuscadas). ¿Por qué no te mudas por acá y vives un par de meses tropezando por mis recovecos?
Ernesto Endara
Escritor
“Ser pobre no es un crimen, 
pero ayuda a llegar hasta allí”.

Anónimo

Sobrino”:

Ya sé que el primer chorizo que te mandé no era de fácil lectura. Trataré de que éste sea menos rebuscado, más directo. Empezaré por preguntarte, ¿Seguirías en lo tuyo si te dijeran que pasado mañana puedes estar muerto? ¿Valdrá la pena gastar quince minutos en la lectura de mi carta si con eso encuentras una vía para conservar la vida? Si yo fuera tú, de cajón la leería. Quiero que sepas que no me han pagado ni un centavo por estos escritos, así que bien puedes pensar que lo hago porque no aguanto las ganas de decirte un montón de cosas que creo que te ayudarían y, de paso, me ayudarían a mí. Si estos párrafos que me salieron después de estrujarme el cerebro un buen rato, surtieran algún efecto en ti, me daría por bien pagado

Si de algo estoy seguro, es que vivo en un mundo diferente al tuyo. Pero no deja de ser violento: el revulú de mis pensamientos en lucha constante, muchas veces coquetea con la locura; el mano a mano de mi espíritu contra mi cuerpo es agotador, pues uno le dice al otro: descansa y el otro le contesta: corre. A mi edad, y a cualquier edad salir a la calle en carro es un riesgo que va del frenazo imprevisto al choque inevitable. En cualquier calle estamos expuestos a los insultos, a las esperas y a los errores estúpidos con que los cretinos ponen en peligro nuestras vidas. Las discusiones malvadas, la hipocresía, los bochinches venenosos y el odio que esquivamos en tantas miradas no es un pedazo de torta con helado. Quiero que sepas que lo nuestro tampoco es juego de niños. Pero, por todos los diablos, reconozco que no es como tu vida, cuya violencia es verdadera, sangrienta y diaria. Si pretendiera filosofar contigo al estilo de Diógenes el cínico, tendría que hacerlo con una buena linterna Coleman en una mano y una magnum en la otra. Lo tuyo no es cuestión de cine ni miradas ni gritos ni discusiones. Lo tuyo no es cuento, es asunto de vida o muerte. Lo sé, pero no tiene que ser la ruta definitiva. Date la libertad de escoger. La dura vida que te ha tocado puede ser muy sombría por tus sórdidos callejones, pero es el edén comparado con “La Joyita”. Hasta la más linda jaula de oro es un infierno comparada con el viento suelto y las ásperas aceras. Cambia, no hay que echarle la culpa a nadie, el dedo del destino no deja huellas dactilares.

Y, si por casualidad, no estás enredado todavía en esa maraña de coca, asalto y bala, vuelvo a recordarte la frase de Montaigne: “Es más fácil no entrar que salir”.

Sentado en mi silla de escritorio, con las manos detrás de la nuca me echo para atrás con los ojos cerrados. Casi al azar escogí una sinfonía de Mozart de You Tube (las tengo siempre listas para ser escuchadas. Ahora, después de setenta años con gustos muy superficiales de música clásica, llego a gozar de verdad a este Amadeus). Es el concierto N.º 26 para piano y orquesta. Las notas brincan, aletean, son cascada, pozos de sonidos, música pura, en diálogo con los violines. Abro los ojos. ¡Mira tú! La pianista es una criatura de unos once años con un lindo traje blanquinegro, que se expresa con como un Van Cliburn cualquiera. Siente de verdad la música. Vuelvo a cerrar los ojos. Pienso ahora en mi sobrino. Seguro que tiene un arte dentro de él (todos los tenemos), ¿podrá algún día descubrirlo?

En mi estudio, rodeado de árboles y pájaros que cantan sin dañar el silencio natural, gozo lo más preciado de mi entorno: la paz. ¡Cómo me gustaría compartirla... Como si la hubiera convocado, la dura y lejana realidad entra sin tocar la puerta. La desafiante figura de mi sobrino se para frente a mí. Aquí está, tan real como la lista de cuentas por pagar que pende de un pedacito de tape. Me mira durante un rato en silencio. Estira los brazos sobre su cabeza, se desentumece porque acaba de salir de la nada.

Por fin habla:

—¡Ya está bueno, tío!

—¿Cómo, qué dices, te gustó lo que escribí?

—Nada. Y ahora me toca a mí contestar tu carta. ¿Por qué no la copias?

—Seguro, tienes derecho, estoy listo. Déjame ponerle título:

El “pela’o” me contesta

Desestimado y pifioso tío:

No eres ni coolni hot. Te diré que no estás en nada. Y no estás en nada porque me vienes con palabras raras como catarsis, a un descuelado como yo. Debes hablar menos paja, ya sabes, más claro, pero, bueno, la explicaste y creo que la aprendí; ahora déjame aplicarte yo una palabra que acabo de aprender, y te la diré en voz chiquita: eres patético. Me la rebusqué bien. Claro que sé lo que significa, no soy tan tonto, la oí por ahí y después la encontré en el viejo diccionario de mi hermana Marta, me di cuenta de que te caía redondita. Significa que eres un ‘man’ que hace gestos de sufrimiento como si te fueras a morir por lo que me está pasando a mí... y no te mueres nada.

Y te preguntaré: ¿Si te dicen que podrías vivir cinco años más si dejas de escribir, lo harías? Te dejo la bola picando. Con esa cara de gato, no sé a quién engañas.

El que se la está jugando soy yo; soy yo el que moriré si sigo en lo mío, así que déjate de figuras conmigo. Para ponerte en onda te diré que en mi barrio si no aprieto el gatillo, me aprietan los testículos (para decírtelo con palabras rebuscadas). ¿Por qué no te mudas por acá y vives un par de meses tropezando por mis recovecos? Ni la escuela ni la Iglesia, ni el Gobierno, ni la policía pueden hacer nada para protegerme ni proteger a los demás, menos vas a hacer tú con palabras que son chiflidos. Como dijo un pasiero por ahí, solamente el que carga el muerto sabe lo que pesa el ataúd. Y te digo otra, ahora que tengo dieciocho, prefiero morir en la calle antes que ir a una de esas cárceles que son los cuchitriles de Satanás.

Sigue tú tu rumbo, San Francisco, quítate tú las chancletas para no lastimar a las piedras del camino, que yo seguiré enzapatilla’o, trepando balcones, pateando culos y latas, y si me vienen con muchas vainas, para eso tengo mi cacha de hierro que vomita fuego. Así que ya sabes…

Y desapareció sin estelas.

* * * * *

Quedo perplejo tras esta epifanía fatal. Pero dejó más claro que el agua de la tinaja que el problemón de las pandillas de narcos juveniles no se resuelve con palabras. Las palabras no son escudo contra las balas, aunque tal vez podrían detener el dedo en el gatillo si lograran penetrar en tan furiosos cerebros. Si el fatalismo nos vence, no habrá de otra que cerrar este ping pong epistolar. Pero si somos necios, podremos seguir intentando una solución a favor de la vida.

Se me ocurre un intento más: pedirle al Gobierno que haga algo realmente original (aunque la idea anda rodando desde hace rato por el mundo), que despenalice las drogas, que mantenga un control sobre los vendedores (mejor todavía si el Gobierno se encarga de venderlas) y elimine el castigo a los consumidores. Que se asesore con los que saben de esto y ponga en marcha este atrevido plan. Que lo que se recaude sea para combatir la adición y que...

Te apuesto que… Estoy seguro que... Creo que...

¡Nada!

Diablos, estoy entrenando un caballo cojo para el Derby de Kentucky. Y sin embargo, todavía me da por sacar de la manga unas ya repetidas.

Conclusiones

Otros ya han comparado el consumo y tráfico de drogas con el consumo, tráfico y fabricación de alcoholes durante la Ley seca que se impuso en los EE.UU. entre 1919 y 1933. La década de los veinte (The Roaring Twenties) fue el Boom de los hampones (Al Capone y Cia.) y la gente chupó más aguardiente que nunca. Franklin Delano Roosevelt eliminó la árida ley y desaparecieron los gánsters.

En nuestros días, si despenalizan la droga (venta y consumo), es probable que baje el consumo, y seguro bajará la venta porque los muchachos no sentirán la atracción fatal de lo prohibido y perderá el aura de rebeldía eso de fumarse un pito o coger un chat de pichicata. Pero lo más importante sería la desaparición de los narcotraficantes, las balaceras, los ajustes de cuentas y los chorros de dinero apagando conciencias y corrompiendo cuerpos a diestra y siniestra.

Y si fuese el Estado quien manejara la venta y distribución, con las ganancias producidas se podría emprender una enorme campaña de curación de adictos y una masiva concienciación a la juventud contra las drogas.

Mientras una mala parte de la población mundial (la peor informada y la más débil de voluntad) pagué en efectivo por las drogas, no veo forma de acabar su tráfico como no sea quitándoles el negocio. Demanda es demanda y los proveedores serán brutalmente desalmados y fieros, pero no son mancos ni ciegos. Por eso vemos que todos los días el polvoriento negocio pierde millones y millones y sigue tan campante.

A los que todavía no se han dejado enredar en las drogas, les dejo lo único que les puedo dejar, la frase de MONTAIGNE: «Recuerda que es más fácil no entrar, que salir».

Día D
9 de mayo de 2010

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