El hombre caminaba lentamente por la calle. Se tocaba los bolsillos traseros del pantalón, asegurándose de que allí seguía la pacha de seco que comenzó a tomarse en el parque con otros alcoholitos que le habían ayudado a comprarla. En un descuido se escabulló y enrumbó hacia su casa, varias cuadras más abajo. Allá terminaría de tomársela sólo.
En la esquina próxima, bajo la luz del farol vio agrupados a los mozalbetes. Allí estaban como todas las noches. Eran los de la calle de arriba. Se animó a pasar entre ellos, no le importaban las burlas de aquellos “culicagaos”. Aunque cada noche eran más atrevidos..
Pensó en cuanto habían cambiado las costumbres de la vecindad. Antes no era así. Era un sitio rareza. Música, cantinas, panaderías, talleres, cantinas, barberías, salas de cines por todos lados, campos de juegos y más cantinas. Gente humilde, pero trabajadora. Muy cerca del centro de la ciudad, los desfiles patrios, los carnavales recorrían las avenidas próximas. Antes allí vivían familias decentes. Los muchachos iban y venían de la escuela alegremente, sin problemas.
Los años habían pasado y la aparición de la droga cambió todo. Antes no era así. La droga que comenzó como una moda, como un juego de bohemios en los años setentas, se tornó en una pesadilla en los ochenta. Para los noventa era una verdadera plaga. Habían proliferado los vendedores, los adictos y los delitos en su mayoría se relacionaban con la droga. La ciudad de Panamá, centro del mundo y corazón del universo, también era una ruta principal de la cocaína que se exportaba desde Colombia hacia el norte del continente,donde se pagaba hasta cien veces más cara. Pero el tráfico que movía cantidades industriales, contaminaba todo a su paso. Los primeros años del nuevo siglo pasaron rápidamente y ahora Colombia exportaba no solo la droga, sino su desprecio por la vida, en la forma de los más horrendos crímenes y venganzas.
El farol y las figuras de los mozalbetes se hicieron más cercanos. No le importaba con ellos, el consumo constante de alcohol había embrutecido su mente. Al caer la noche ya estaba bastante borracho. Lo estaría aún más cuando se bebiera la pacha casi llena que escondía en el bolsillo trasero de su pantalón. Notó que el peso de la botellita, hacía que la prenda de vestir bailara en su cintura. Había adelgazado. Su figura también, al igual que el sector, se había deteriorado.
Èl, que a punta de vender periódicos había sido un buen vecino, había jugado fútbol, ahora no era nada. Aunque no consumía drogas se había dejado dominar por el alcohol.
Recordaba cuando caminaba por esas calles oyendo las melodiosas canciones, que se derramaban desde las cajas de música por las puertas giratorias de las cantinas. De los radios de las casas salían a los balcones y también de las esquinas donde se paraban a conversar muchachos con aparatos portátiles como los que lo esperaban más allá. Las canciones tenían la magia de traer recuerdos, devolver sensaciones y recordar personas y hechos. La música era parte del lugar.
Pero esos chicos no eran como los de antes. Estos eran crueles y peligrosos. Se odiaban a muerte con los de las otras esquinas. Antes no era así.
--- ¡Ehhh¡ Miren quién viene allí. La mierda ésa--- dijo uno.
---- Sí, es el alcoholito.—agregó otro.
--- ¿Saben quién es él? El Tío de Dumbo--- dijo el primero, saltó del vagón de una camioneta estacionada que les servía de grada y esgrimiendo un revólver comenzó a golpear al borrachín con la cacha en la cabeza.
--¡Ayyyyyyyy!—se quejó.
Lo derribaron a patadas y lo levantaron para volver a tirarlo. Lo empujaron con saña, hacia el final de la calle. No sabía de dónde le caían los golpes. Sangrando cayó nuevamente al piso
__ Y dile a tu sobrino que el próximo será él.----- dijo uno. El que tenía el revólver, se le acercó sonriendo con malignidad y le puso el cañón al lado de la oreja. Hizo una seña a sus compinches de que se apartaran. Teniendo el cuidado que la bala impactara en otro lado, jaló suavemente el gatillo y disparó. El sonido le estalló en el tímpano. El pobre hombre se revolcó en el suelo en protesta por la ofensa recibida. La reacción provocó otra tanda de patadas que lo dejaron inmóvil, como un monigote sin cuerda, muy cerca de la calle transversal que dividía los dos territorios.
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