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El silencio también es una opinión



Jorge Luis Macías Fonseca
opinion@prensa.com

Sobre el silencio se han tejido una serie de apreciaciones. Para algunos es aconsejable porque permite comportamientos alejados de la suspicacia, de las malas interpretaciones, y de los compromisos. Para otros es un buen signo de educación y de buenos modales. Algunos consideran que es importante romperlo, pues se permite con ello, conocer el pensamiento de los parlantes, y crear un ambiente de cordialidad y de comunicación.

La fábula que explica cómo el águila en lo alto soltó la presa que llevaba en el pico, cuando le preguntó, cómo había llegado a tan elevada altura, tiene como moraleja, aquello de que: “más vale callar cuando lo que dices puede llegar a perjudicarte” y con el mismo mensaje, lo tenido como máxima por los viejos, en el sentido de que: “no todo lo que siente se dice”. Con ello se sentencia con propiedad al silencio, pues en una buena interpretación: “en boca cerrada no entran moscas”. Es más, el silencio es recomendable cuando se quieren eludir responsabilidades o esconder posiciones, pues sin la opinión es difícil conocer la ubicación que se asume. En la administración pública –por ejemplo– el silencio administrativo es una forma que se ha legitimado para dilatar los asuntos o bien para no resolverlos. 


En las áreas dedicadas a la salud, como son las clínicas y los hospitales, se exige silencio, igualmente en las aulas cuando se transmite información para que ella sea bien recibida, también en una sala de teatro, del padre al hijo cuando lo reprende, el juez cuando dicta sentencia, o en la soledad, cuando ella se impone por la reflexión serena a la que se puede estar sumido, o bien en los campos santos donde hay una realidad distinta a la nuestra.


Pero también el silencio es impuesto, cuando se pretende callar una voz crítica o disidente, principalmente en tareas como la del periodismo, que por su naturaleza tiene que ser expresivo. Igualmente se silencia para amparar irregularidades e ilegalidades y para soterrar los ideales de hombres probos. De la misma manera, se reduce al silencio o se silencia, cuando se cercenan los derechos humanos, y cuando las posibilidades de expresión son reducidas a la nada.


Así, aquello de que “el que calla otorga”, no siempre tiene certeza, porque se puede opinar en silencio y también con el silencio. Se puede manifestar un sinnúmero de razones sin necesidad de la estridencia, pero en silencio, y no por ello se está otorgando. ¿Qué ocurría por ejemplo en un país en donde la población adoptara el silencio como una forma de expresión, de lucha y de protesta? De seguro que ningún gobierno resistiría el impacto de un silencio sepulcral, ni mínimo, ni prolongado. ¿Qué ocurriría en una institución ante una mala acción del superior jerárquico que tenga como respuesta un silencio manifiesto? No sería de extrañar que la preocupación y el temor, se apoderarían del mismo porque –no cabe duda– de que el silencio asusta.


En las instituciones públicas nacionales el hablar se convierte en delito, y si esa acción es crítica se “cae en el terreno del crimen”, por lo que pareciera mejor adoptar el silencio como una forma de opinión.

Prensa.com
Opinión
10 de octubre de 2010

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