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Otredad

A poca gente le importa genuinamente la suerte del otro.

El concepto de otredad (condición de ser otro) se utiliza principalmente para definir el modo en que un conglomerado o individuo homogéneo se posiciona con respecto a uno distinto al suyo. Tristemente, este término se usa para criticar a los demás, no para entender la génesis de sus diferencias. Nadie se pone en el pellejo del prójimo antes de dictar veredicto. Ejemplos de estas injustas actuaciones se suscitan en asuntos de raza, idioma, género, condición social o nacionalidad.


Para muchas personas de tez clara, ser negro o amarillo denota inferioridad o chabacanería. Aparte de obedecer a una actitud netamente racista, esta percepción demuestra ignorancia extrema.

No hay ningún estudio científico serio que indique que el color de la piel está relacionado al coeficiente intelectual . 

Las competencias y cualidades personales dependen en gran medida de la calidad de educación recibida y la exposición a un entorno civilizado o sofisticado. En sociedades machistas y muy religiosas, ser mujer u homosexual es también sinónimo de subordinación o desventaja. No obstante, ni la masculinidad ni la heterosexualidad otorgan dotes superiores a sus representantes.


El idioma y origen étnico son atributos utilizados para estigmatizar o cuestionar las legítimas aspiraciones de grupos definidos. Ser indígena se traduce en retraso, superstición y holgazanería. Para integrarlos a la sociedad, se recurre más a amenaza y fuerza que a diálogo y convencimiento.

Nadie se interesa por adentrarse en sus intimidades para entenderlos mejor. 

Ante el antagonizar de los sentimientos y procederes de culturas ajenas, convendría preguntarse, ¿cómo actuaríamos nosotros si nos hubiera tocado nacer allí y padecer similares infortunios?
A los pobres los tachamos arbitraria e injustamente de antihigiénicos, sumisos y torpes. Un ambiente de carestía, hambre, enfermedad, baja escolaridad y hacinamiento te hace, por supuesto, ser distinto en costumbres y valores. No obstante, esa disparidad no equivale a ningún tipo de minusvalía.


¿Te imaginas que, si por esos azares del destino, tú hubieras crecido en un barrio o suburbio repleto de necesidades y falto de oportunidades? Aún peor, los discriminamos si sufren de alguna infección de transmisión sexual y condenamos a sus adolescentes embarazadas que recurren al aborto en situaciones de precariedad, desinformación y desesperación. Nosotros, como sociedad, somos los verdaderos culpables de esas calamidades al negarles la posibilidad de educación sexual en los colegios y libre acceso a anticonceptivos gratuitos.



Cada vez que hables de otro, piensa por un momento que tú pudiste nacer con idénticas características personales o en similares condiciones sociales si las circunstancias lo hubieran propiciado. Hazte la pregunta, ¿Cómo sería mi pensamiento y conducta en ese hipotético escenario? Quizás, así, podríamos comprendernos mejor y tener una convivencia colectiva más armónica y pacífica.

“Ganamos justicia más rápidamente

si hacemos justicia a la parte contraria” (Ghandi).

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