Mujeres sufren por la lentitud del sistema judicial

Las evaluaciones físicas y emocionales de mujeres maltratadas

por sus parejas representan el mayor volumen de trabajo en Medicatura Forense.

HASTA NOVIEMBRE PASADO SE HAN REPORTADO 69 CASOS DE ‘FEMICIDIOS’ EN PANAMÁ.

ANA TERESA BENJAMÍN
abenjamin@prensa.com

La mayor parte de las veces son acuchilladas o baleadas, pero otras mueren estranguladas, a puro golpe o envenenadas.

Contrario a lo que piensan, las mujeres en Centroamérica –y Panamá no es la excepción– fallecen de forma violenta en el sitio que siempre habían creído más seguro –sus casas–, y a manos de su pareja o su ex cónyuge.

Las razones por las que los hombres matan a las mujeres son casi siempre las mismas: según el último estudio de la Cepal, el 57.6% lo hizo por celos, y el 18.1% porque no quiso regresar o continuar con la vida en pareja.

En el último Informe sobre Desarrollo Humano para América Central de las Naciones Unidas, se establece que la violencia contra las mujeres y la corrupción son dos de las manifestaciones de violencia que se mantienen “silenciadas” en la región, porque ni siquiera son percibidas como parte del “problema del crimen”.

“La violencia contra las mujeres es la principal cara escondida de la inseguridad ciudadana en América Central”, establece el informe, y la situación es tan grave que, de acuerdo con la información disponible, dos de cada tres mujeres asesinadas en Centroamérica mueren por razón de su género.

Conteo de muerte

Lourdes Méndez* murió el 9 de enero de 2009, por salir a defender a su hermana.

Yolanda Sarasqueta* falleció el 18 de enero, a manos de su ex pareja, y dejó a tres niños huérfanos.

Julia García* llevaba tres meses separada de su pareja, quien la mató con un balazo el 10 de mayo.

Zulema Méndez tenía 31 años. Su pareja la mató el 20 de julio de cinco disparos, frente a la hija de ambos, de 7 años.

Tal parece que la lista de mujeres asesinadas en 2009 no acabará nunca, ni tampoco el número de niños víctimas de esta violencia: según el registro confeccionado por el Observatorio Panameño contra la Violencia de Género, 73 niños menores han quedado huérfanos debido a esta situación.

Dice Gilma De León, abogada especialista en derecho de familia, que la violencia doméstica se tipificó como delito a partir de 1995, y que el impulso para que se le reconociera nació precisamente con el asesinato de dos mujeres: Damaris Mendoza de Lee y Yanida Lee Mendoza.

Antes de esa fecha, explica De León, la muerte de mujeres en manos de sus parejas o ex parejas era calificada, sencillamente, como homicidio.

Gritos de exigencia

Luz Aleyda Terán lo dijo el 25 de noviembre pasado, durante la marcha que las organizaciones femeninas realizaron hacia la Corte Suprema de Justicia para pedir el cese de la violencia contra las mujeres en Panamá,

“No solo es el drama de las muertes, sino la complicidad de la comunidad y de las autoridades. El Órgano Judicial no está haciendo su labor, porque las diligencias no se hacen con la premura que requiere la seguridad de las mujeres”, mencionó.

Pero, tal como ella misma admitió días antes, durante una conferencia en la Universidad de Panamá, la violencia contra las mujeres se explica en un contexto social donde a la mujer se le da el rol de “pertenecer a”.

“Son siglos de construcción social... Todavía se le asigna a la mujer el espacio doméstico como su espacio principal, aun cuando hayan incursionado en otros espacios”, agrega Terán.

Cuando una mujer se encuentra con que en su casa es víctima de violencia, empieza para ella un camino fatigoso.

Tal como explica De León, entre la primera denuncia que presenta una mujer en una corregiduría hasta que la Fiscalía de Familia termina con la investigación, pueden transcurrir fácilmente hasta tres años. Durante todo este tiempo, la mujer pelea con “fianzas de paz” o “boletas de alejamiento”, y lucha para que la ex pareja cumpla con el pago de las pensiones alimenticias.

Pasa también que, como no en todas las regiones hay fiscalías de Familia, los casos son atendidos por funcionarios no especializados, situación que termina por afectar a la víctima.

Para De León, la falla en el sistema no está solamente en la lentitud del proceso o en las pocas fiscalías, sino en la inexistencia, por ejemplo, de un programa para reeducar al agresor. “Un agresor compulsivo o programático requiere de una terapia”, explica De León, pero el Estado no brinda este servicio.

Tampoco existe un programa de protección a la víctima, en donde se le enseñe a la mujer salir de ese “síndrome de indefensión” que la convierte “en un ser sin voluntad, a merced del agresor”.

¿Y los niños?

Como psiquiatra forense y subdirectora de Medicina Forense del Instituto de Medicina Legal, a Elaine Bressan le llegan, a diario, mujeres y niños que necesitan de una evaluación emocional.

“Los casos de violencia doméstica son la mayoría de nuestros casos”, revela Bressan. Casi siempre, las mujeres que denuncian maltrato están deprimidas o ansiosas, sufren alteraciones del sueño o del apetito, bajan su rendimiento, tienen dificultades para sentirse felices o para relacionarse con los demás.

“El maltrato actúa sobre la autoestima y [la mujer] empieza a hacer o a permitir cosas que no hacía o permitía”, explica la psiquiatra.

Los niños que viven en ambientes violentos, por su parte, tampoco salen exentos. “A veces la afectación no es inmediata; puede aparecer 20 años después”, señala Bressan. Casi siempre, añade, se repite el ciclo de agresión o sumisión.

Pero aquellos niños que han presenciado el asesinato de su madre por parte de su padre sufren un daño “incalculable”.

“A veces está congelado, ausente. Pareciera que no está experimentando nada”, señala Bressan.

Pero cuando entran al cuarto de juegos de Medicatura Forense, no suelen jugar a papá o mamá, o a la casita.

En vez de eso, toman los muñecos y los tiran, los estrujan, los pisan o les cortan la cabeza. “Todos expresan dolor... Expresan la violencia a través de las figuras”, puntualiza la psiquiatra. 

Prensa.com
Panorama

7 de diciembre 2009