Tenía la nueve en la mano. Sus ojos se iluminaron con el mismo fulgor de sus años infantiles, cuando vio los juguetes de sus vecinos. Negra, descascarillada, pesada, herrumbrosa, para él, una belleza. Eran raros pensamientos los que pasaban por su mente. No supo por qué, pero aquel objeto lo sentía femenino. Las formas de la pistola 9 milímetros le hicieron recordar la sensualidad de la cintura y las caderas de las chicas del barrio, cuando pasaban por la esquina de su calle. Acarició lentamente la empuñadura y trató de meter los dedos y palpar el gatillo, pero las gratos sensaciones se esfumaron abruptamente, cuando Dumbo se la arrebató.
--¡Ya ta bueno, ya la viste! ¡Querías tocarla, ya lo hiciste-¡-- le regaló una mirada fiera, de aquellas a la que lo tenía acostumbrado desde que comenzaron a ser partes de la pandilla y a realizar juntos pequeños delitos.
Conocía a Dumbo desde siempre. Sus familias eran vecinas del mismo viejo caserón de madera, de aquel barrio que cada vez lucía peor. Nunca pensó que su amiguito de infancia se transformara de esa manera. Una cosa era matar gatos a palazos o soltarles cohetes a perros sarnosos, pero después vino lo de arrancar carteras a viejas señoras. Y lo más grave, asaltar a las billeteras con pistolas de juguete.
Dumbo ejercía sobre él una rara fascinación. Lo admiraba por sus habilidades en el fútbol, o porque nadaba más rápido en la piscina. Se decía que pensaba rápido y bien. Siempre llevó la voz cantante en el grupo. El decidía a dónde y cuándo ir.
Dumbo era moreno, alto y espigado, pero todavía tenía apariencia de jovenzuelo. Su pelo no era lacio del todo y lo lucía al rape como Ronaldo el jugador brasileño. Todo le salía bien a Dumbo.
Él había tenido que seguir sus pasos y adecuar sus maneras a la nueva situación, para no quedarse atrás. Siempre había sido así desde pelaítos.
La noche anterior Dumbo había disparado contra la gente de la calle arriba. Un grupo de mozalbetes como ellos, a quiénes también conocían desde siempre. Ahora el también debía asumir la responsabilidad del hecho pues todos lo identificaban como su amigo.
Dumbo guardó la pistola en la pretina de su pantalón y se movió hacia la luz. Dio la vuelta por el pasillo y sigilosamente caminó hacia el balcón. Enseguida regresó y le dijo,
---- Vámonos, parece que too ta bien.
Cruzaron la vía y se perdieron por el callejón hacia la otra calle. Estos eran oscuros y sucios espacios que separaban las casas del barrio. Caminaban por los bordes evitando pisar las partes mojadas de la zanja del centro. Uno nunca sabía que era lo que por allí corría. Eso sí, el olor no auguraba nada bueno. Así dejaron atrás la zona que juzgaban peligrosa.
Calitín era diferente a Dumbo. Su tez era más olivácea, su pelo era cholo, y lo lucía a la moda, rape a los lados, dejándolo más poblado en la parte superior. Un corte doble tono como le decían. Sus alargados y orientales ojos eran la huella de algún marino de las Filipinas que pasó por Panamá.
Seguían por la avenida. Siempre caminado junto a la pared y viendo con disimulo hacia todos lados. Los juegos infantiles de antes le servían ahora para moverse rápidamente sin llamar la atención.
..¿Adónde vamos?— preguntó.
--Tas ahuevao, sígueme. Vamos a conseguíte otra herramienta. Y además, Tabo nos va a da un montón de gramos pa´ que controlemos esta parte del barrio. ¿No quieres tené lo tuyo? Quieres seguir siendo un perrón. Es hora de tirarse al ruedo.
Llegaron hasta aquel edificio de mampostería de varios pisos, con el aspecto de deterioro que los años y la falta de mantenimiento le regalaron. Entraron por el zaguán y se movieron por pasillos que se repetían. Esa casa siempre les había parecido un laberinto. Enfilaron hacia los pisos superiores. De pronto, dos mozalbetes armados como ellos aparecieron de las sombras de uno de los descansos de la escalera y los encañonaron.
---Alto ahí, pa onde van. ¿Quiénes son ustedes?---
Más atrás apareció otro tipo, un poco mayor que todos, con un humeante cigarro en la mano. ---Cálmense, ellos son los bultos de la calle 35. Ellos tan bien.— dijo a los que guardaban la escalera, sin dejar de fumar. Una sonrisa malévola, con algo de desprecio hacia los recién llegados, se dibujó en sus labios. Enseguida miró autoritariamente a Dumbo y le dijo:--- ¿Traes encima lo que te di?
Otra bocanada de humo llenó el corto espacio donde se agrupaban los cinco jóvenes. Dumbo con mucho cuidado movió su suéter e insinuó el bulto que se notaba bajo su pantalón. Miró al tipo un poco mayor que ellos con mucho respeto y algo de sumisión, se diría que con algo de temor también. De la misma manera que había obligado a Calitín a tratarlo a él.
---Tranquilo, tranquilo, déjala ahí.—y volvió a darle una apasionada chupada al cigarrillo de marihuana..
--- ¿Tabo, estos son los que van a mover la mercancía en ese wing? Tas seguro que ellos pueden con eso. ---
--Cálmate Fulo. Yo sé lo que hago. Allá ellos si no pueden. ¡Esa es una resposabilidáaa! Tienen que pararse bonito. Los pelan los de allá, o los pelamos nosotros. Ya saben, ya Yo se los advertííii---
Al hablar, Tabo gesticulaba y los señalaba con los índices de ambas manos. Al mismo tiempo hacía muecas agresivas con sus labios y sus ojos enrojecidos por la droga, lanzaban terribles augurios.
El Fulo se apartó para ver mejor a los extraños. Luego se les acercó lentamente enseñándoles el revólver conque les dio la bienvenida. Lo levantó y se los pasó amenazadoramente frente a sus caras.
La presencia de ambos le repugnaba. Era algo en su espíritu, los veía como sus rivales y enemigos. Sentía que él era mejor que ellos en todo sentido. Esos bríos que corren por las venas de los muchachos, esas ansías de competir que hay en todo animal joven, en él, tenían algo extremo. Pasó por su mente un sentimiento de que los podía exterminar si era necesario. Sin ningún motivo y sin arrepentimiento.
--Mírenla bien... . Ta azuquita, con gana de dale cuero a alguien. Jueguen vivo con lo que les dijo Tabo. Vengan completos—
. Calitín no decía nada. Dumbo sonrió con una mezcla de temor y desafío.
--¡Uuuuuu cuál es la cizaña! Nosotros vamos al cuero.
Tabo sonreía y fumaba.
--Bueno Fulo, deja a los pelaos. ¡Vamo a vé! ¿Quieren estar en las grandes ligas? ¡Van a tá!—y mirando al compañero del Fulo le dijo-- Dale una bolsa y ya sabes, tú y el Fulo tienen que cobrar esa mercancía.
Al hablar cortaban y alargaban las palabras según el momento y las adornaban con una entonación que además era obedecida por el balanceo de sus cuerpos. Dumbo se guardó el envoltorio lleno de sustancia blanca entre sus piernas. Acomodó la pistola en su espalda y se despidió de sus mentores. Comenzaron a desandar la ruta previa, pero antes de salir a la calle, miró a Calitín que lo seguía y le dijo—Mejor será que nos separemos. Yo me la voy a rifá con esto. Si nos encontramos a la ronda de tongos juntos damos más sospechas.---
Si eso pasaba los detendrían y de seguro les pedirían la cédula. Cómo si esos policías no supieran que eran menores de edad. Y si los registraban, estaban listos.
-- Eso sí-- agregó—Anda delante. Nos vemos en la casa de Dorita. –Y se separaron.
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