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¿Por qué es tan fácil hablar mal?

También resulta muy fácil albergar rencores, 
promover sospechas, ahogarse en envidias, 
lanzar ataques llenos de rabia y de cobardía 
a los cercanos o a los lejanos

Autor: P. Fernando Pascual
Fuente: Catholic.net

Hablar mal de otros es sumamente fácil. Basta con poner en la mira a un personaje de la vida política, económica, deportiva, cultural, religiosa, y lanzar palabras acusatorias, normalmente adecuadas a cada ámbito.

El mecanismo que lleva a hablar mal parece, por lo tanto, muy sencillo, fácil, asequible a la gran mayoría de la gente. Pueden hablar mal casi todos: un joven de sus profesores universitarios; un trabajador de sus jefes o de sus compañeros; un político de los políticos del otro partido o de algún colaborador al que hay que tumbar para “ascender”; un periodista de sus directores o de otras personas; un futbolista de su entrenador (o del entrenador del equipo contrincante); una persona cualquiera de las personas de otras razas, o de otras nacionalidades, o de otras culturas, o de otras religiones.

Detrás de todos los ataques verbales se esconde un mecanismo psicológico que muestra cómo la violencia de las palabras tiene una base muy frágil. Porque una antipatía, o una actitud hostil, o el miedo a la competencia, o la sospecha patológica, son suficientes para lanzar críticas envenenadas, pero no para mejorar como personas, para respetar la justicia, para conocer los hechos tal como ocurrieron, para defender a los inocentes y acusar a los verdaderos culpables.

La fragilidad de la base no destruye lo fácil que resulta hablar mal de otros. La sociedad permite muchos modos y situaciones que llevan a formular juicios, ofrecer opiniones, redactar textos de ataque. El mundo de internet facilita aún más las críticas gracias al anonimato (no siempre bien garantizado) en el que se amparan muchos para lanzar críticas despiadadas o incluso calumnias sumamente injustas.

Es, por lo tanto, fácil, muy fácil, hablar mal. Más fácil que robar, precisamente porque existen pocos mecanismos para perseguir las mentiras, y porque en algunos ambientes se ha exaltado hasta el absurdo la “libertad de expresión”, como una especie de patente para decir todo tipo de falsedades, difamaciones y calumnias.

Lo que no resulta tan fácil es sanar las raíces que llevan a críticas mordaces, a despellejar al prójimo con palabras despiadadas. Si al menos abriésemos los ojos al daño que puede provocar en los criticados las palabras que formulamos contra ellos; si pudiéramos sospechar que hay críticas capaces de destruir vidas frágiles, de desintegrar matrimonios, de provocar depresiones... quizá pensaríamos dos veces las cosas antes de lanzar acusaciones gratuitas o calumnias despiadadas.

Desde un grito del alma, santa Faustina Kowalska explicaba cómo “en la lengua está la vida, pero también la muerte. Y a veces con la lengua asesinamos, cometemos auténticos homicidios” (Diario n. 119).


Hay que reconocerlo: resulta muy fácil hablar mal, porque también resulta muy fácil albergar rencores, promover sospechas, ahogarse en envidias, lanzar ataques llenos de rabia y de cobardía a los cercanos o a los lejanos.

Será posible reconocer, con humildad y con justicia,  lo que hay en el interior de cada hombre, y que todos debemos ser tratados con la verdad y el respeto que merecido.

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